Los estadounidenses Jeffrey C. Hall, Michael Rosbash y Michael W. Young desentrañaron los mecanismos del ritmo circadiano.
La mayoría de las criaturas vivas sobre la Tierra, incluidos los seres humanos, están adaptadas a la rotación del planeta gracias a un reloj biológico interno que marca, por ejemplo, los patrones de sueño y el metabolismo. Durante muchos años, los científicos han sabido de la existencia de esos ritmos circadianos, pero fueron los estadounidenses Jeffrey C. Hall (Nueva York, 1945), Michael Rosbash (Kansas, 1944) y Michael W. Young (Miami, 1949) quienes en los años 80 desentrañaron cómo se da cuerda a ese reloj realmente. Es decir, cuáles son los mecanismos moleculares que lo controlan, hallazgos que este lunes han sido reconocidos por el Instituto Karolinska de Estocolmo con el Premio Nobel de Medicina 2017.
La primera pista de la existencia de este reloj biológico la obtuvo el astrónomo Jean Jacques d'Ortous de Mairan en el siglo XVIII mientras estudiaba unas plantas de mimosa, cuyas hojas se abren hacia el Sol durante el día y se cierran al anochecer. Cuando colocó las plantas en una oscuridad constante, descubrió que, independientemente de la luz solar, las hojas seguían su oscilación diaria. Respondían a unas manecillas invisibles.
Otros investigadores encontraron que no solo las plantas, sino también los animales y los seres humanos se adaptan a las fluctuaciones del día, lo que se conoce como ritmo circadiano. Pero cómo funcionaba esa adaptación tan importante seguía siendo un misterio. En los 70, investigadores demostraron que las mutaciones en un gen desconocido interrumpían el reloj circadiano de las moscas. Unos años más tarde Hall y Rosbash, que entonces colaboraban en la Universidad Brandeis de Boston, y Young, de la Rockefeller de Nueva York conseguían la clave de cómo funcionaba ese proceso. Tres laureados que son amigos entre sí y que han recibido conjuntamente media docena de premios.
Utilizando también humildes moscas de la fruta como organismo modelo, los investigadores aislaron un gen que controla el ritmo biológico en función de los ciclos de 24 horas de noche y día. Mostraron que este gen codifica una proteína que se acumula en la célula durante la noche, y luego se degrada durante el día. Posteriormente, identificaron componentes proteínicos adicionales de esa maquinaria, de forma que fueron capaces de reconocer el mecanismo que gobierna esa especie de relojería dentro de la célula. Gracias a eso, los científicos saben ahora que los relojes biológicos funcionan por los mismos principios en células de otros organismos multicelulares, lo que nos incluye a nosotros mismos.
El causante del «jet lag»
«Con exquisita precisión, nuestro reloj interno adapta nuestra fisiología a las fases radicalmente diferentes del día. El reloj regula las funciones críticas, como el comportamiento, los niveles hormonales, el sueño, la temperatura corporal y el metabolismo», explican desde el Instituto Karolinska. De esta forma, nuestro bienestar se ve afectado cuando hay un desajuste temporal entre nuestro entorno externo y el reloj biológico interno, por ejemplo cuando viajamos a través de varias zonas horarias y experimentamos el tan temido y pesado «jet lag», trastornos similares a los que provoca el trabajo por turnos.
También hay indicios de que el desajuste crónico entre nuestro estilo de vida y el ritmo dictado por nuestro cronómetro interno se asocia con un mayor riesgo de sufrir varias enfermedades como la diabetes, problemas de salud mental e incluso algunos tipos de cáncer y posibles alteraciones de la función cerebral. Una de las últimas investigaciones al respecto, de la Universidad Northwestern (Illinois), señala que nuestro reloj interno es capaz de marcar cómo y cuándo el páncreas debe producir insulina y controlar el azúcar en la sangre. Algunas farmacéuticas incluso experimentan con medicinas capaces de restaurar el ritmo correcto en aquellas personas que, por su forma de vida, están expuestas a desórdenes de este tipo.
El campo que se abre es extenso. Francisco Martín, investigador del Instituto Cajal del CSIC no duda en que se trata de un premio «muy merecido». Él también trabaja en ritmos circadianos con la mosca de la fruta, como los ganadores delnobel. En su opinión, el camino abierto por los tres científicos estadounidenses permitirá atacar enfermedades desde otra vía. El cáncer y el alzhéimer son dos posibilidades. «Hoy se sabe que enfermos con un tipo de cáncer cerebral (glioma) y las personas con alzhéimer tienen alterados su ritmo circadiano. No duermen bien y a veces no saben si es de día o de noche, ¿Es un efecto de la enfermedad o una consecuencia? Eso aún no lo sabemos, pero es una nueva perspectiva a explorar. Al menos, mejoraríamos la vida del paciente», dice.
Trabajadores a turnos y pantallas
Ya hay compañías farmacéuticas que están experimentando con medicinas capaces de restaurar el ritmo correcto en aquellas personas que, por su forma de vida, están expuestas a desórdenes de este tipo por su forma de vida o profesión.
Los trabajadores a turnos, que cambian continuamente de horario o los que en pocas horas cambian de huso horario como las azafatas, están en el grupo de riesgo, recuerda Rosa Peraita, responsable de la unidad del sueño del hospital Gregorio Marañón de Madrid. Aunque la mayoría está alterando su ritmo circadiano acostándose pegados con horarios imposibles y el resto también está alterando su ritmo circadiano robando horas de sueño con luz eléctrica y la multiplicación de pantallas. Desde móviles a televisiones y ordenadores. «El ser humano está programado para dormir de noche y estar despierto de día. Cuando se produce una desincronización , el sueño y la vigilia se desplazan. Si esto sucede de forma persistente tiene consecuencias serias para la salud. Por eso, necesitamos horarios sensatos que respeten los ciclos circadianos», reivindica.
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